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Devenir de la potencia. Deleuze (4-11-1995)


17.09.2012
«Gilles Deleuze se suicidó el sábado lanzándose desde la ventana de su apartamento parisino de la avenida Niel, en el Distrito XVII. Tenía 70 años. Estaba enfermo desde hacía tiempo. Sufría una grave insuficiencia respiratoria, había sufrido recientemente una traqueotomía. No había conseguido reponerse de la muerte, en 1992, de su amigo Félix Guattari, a quien lo ligaba lo que algunos han denominado una “dialéctica de la amistad”, era el psicoanalista que había firmado con él el Anti-Edipo, uno de los raros best-sellers de la filosofía de todos los tiempos, que había causado furor en el clima de efervescencia y búsqueda de novedades después de mayo del sesenta y ocho. 

28.02.2015

Con él se marcha el último de los grandes que había pensado intensamente, rebuscando con vigor en los abismos de los océanos del pensamiento occidental, a menudo sin renunciar a llegar a algún puerto con su pesca. El año pasado se suicidaba el genial intérprete de la Sociedad del espectáculo, Guy Debord. Antes se habían ido Michel Foucault, segado por el sida; a su modo, Louis Althusser, confinado en un manicomio después de haber asesinado a su mujer. Miserable destino. Se da la paradoja de que, cuando las cosas han cambiado de verdad, y resulta ya desesperada la exigencia de comprender los cambios, parece como si todo el mundo estuviese demasiado cansado para pensar.

16.04.2015

Él mismo se había definido como Guerrillero de la filosofía. En un sentido particular: no pudiendo abrir una seria batalla contra las verdaderas potencias de nuestro tiempo, las religiones, los estados, el capitalismo, la ciencia, el derecho, Ia opinión, la televisión, se limitó a perturbarlas, conduciendo contra los poderes una suerte de guerra sin batalla, una guerrilla. Hablaba de una guerrilla que no se limita a oponer a los pensadores al poder, casi como no opone a los marginados a los mantenidores del orden, a los creadores a los guardianes del statu quo. Concebía esta guerra filosófica como un continuo negociar armisticios, nuevas divisiones de uno consigo mismo, porque las potencias no se contentan con ser exteriores, sino que pasan por el interior de cada uno de nosotros. En esta nueva definición de la filosofía como guerra contra sí misma había encontrado no solo un instrumento clásico para expresar la cólera contra la época, sino también para buscar la serenidad que promete.

14.07.2015

Había entendido, antes que otros, que para cabalgar los poderes del espectáculo era necesario, por encima de todo, ser capaz de hacer y dar espectáculo. Además de venderlo. Despreciaba, como gran parte de los nouveeu philosophes, la historia, considerada como un catálogo de los obstáculos que conviene sortear para que se verifique cualquier novedad efectiva. Se hizo jefe de filas de una escuela que privilegiaba el movimiento, la novedad en cuanto tal, respecto al contexto en el cual el movimiento tiene lugar. Era necesario decir algo nuevo para crear alguna cosa nueva; esa era la máxima que mantenía. No fue casualidad que la obra escrita con Guattari, la que le hiciera famoso a comienzos de los años setenta, tuviera buena acogida por la novedad con la que osaba combatir la dictadura del psicoanálisis. Posiblemente el secreto sea este: hacer existir, no juzgar, escribía.



De sus cursos sobre Kant en Vincennes durante los años setenta, se dijo que asemejaban una novela negra. Libros difíciles como el Anti-Edipo. Capitalismo y esquizofrenia, Imagen-tiempo, Imagen-movimiento, no dejaban de venderse. Eran las incursiones de una liebre que salta muy alto y en mil diversas direcciones, decía un crítico. Y, extrañamente, él que siempre había rechazado por un resto de esnobismo aparecer en televisión, se había empeñado justo este año en llevar a cabo para el canal Arte una reflexión a partir de un Abecedario: de la A como Animal a la Z como Zorro.» 
De Kant a la guerrilla filosófica 
Por SIEGMUND GINZBERG (La Unità, 6-11-1995)
Traducción TCR



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