A pesar de que
oficialmente la estética como disciplina no comenzó hasta el siglo xviii, nada nos impide pensar en ella
como una actividad presente y vigente en el mundo antiguo. Gracias a amantes
del helenismo como Plinio, Vitrubio, Filóstrato o Pausanias conocemos los
conceptos e ideales que acompañaban al primer desarrollo del arte… Podemos
hablar de pensamiento sobre la imagen y sobre el arte desde siempre, no solo
ceñidos a la actividad humana y contemplativa del sujeto, ni en dependencia de la
nueva materia de estudio nacida con la Ilustración. Encontramos un elemento permanente
en el arte: la imagen, así como dos claras orientaciones originales en su idea;
no en vano la distinción en la imagen comenzó a materializarse ya en la
distancia artística entre los egipcios y los griegos. La
civilización egipcia (tanto como las sociedades mesopotámica, minoica y
micénica) representaba el mundo de forma abstracta. En estas culturas, la pintura
estaba ligada a la escritura: representaba conceptos según una ejecución
reglamentada y controlada por los organismos de poder (reyes y sacerdotes) y
nunca (salvo excepciones) al margen de la frontalidad.
Por su parte, aunque la
fórmula geométrica estuvo presente incluso en las pinturas de las culturas
minoica y micénica hasta el siglo VII a.C., los antiguos griegos comenzaron a entender la
representación plástica, desde su origen, como una copia de la realidad: aletheia
(véritas en latín); la sombra proyectada en la pared era
resultado de una transferencia directa del natural.
No
obstante, si bien los griegos desarrollaron una nueva forma de arte más
realista y naturalista, aquel mayor acercamiento desde la representación a la
naturaleza comenzó a incorporar, al menos desde época platónica, las dos
vertientes: la centrada en la observación e imitación de lo percibido, por una
parte, y la más intelectual y tradicional, por otro. El secreto de esta íntima conexión,
sin duda alguna, fueron las matemáticas y la geometría, en concordancia con la
naturaleza y como receptoras de las fórmulas artísticas de las culturas
anteriores al apogeo griego. De todo ello hablaría Plinio en el Libro VII de su Historia Natural, donde atribuía la invención
de la pintura tanto a los egipcios de Sición como a los griegos (Plinio recogía
las opiniones de Aristóteles, quien atribuía el arte a un pariente de Dédalo, y
de Teofrasto, para el cual se debía al gran artista ateniense Polignoto).[1]
No obstante, al comienzo del libro XXXV, Plinio
sentaría el relato mítico predominante hasta el siglo xviii, el de una imagen imitada o representada y limitada
por cánones y proporciones (originada históricamente en Corinto).
Desde
luego, la primera gran cuestión de la estética antigua aparece presentada en el
pitagorismo en la antigua Grecia: la armonía.[2] Esta
armonía era una estructura, una combinación de elementos que lograba unidad en la
pluralidad y daba como resultado la belleza. Los griegos entendían los números como geometrías: la ley del
cosmos (kosmos, «orden y belleza»)
era numérica, los números validaban las formas o las relaciones entre partes de figuras, además
de formalizar siluetas de tipos de cosas. En toda forma existía algo universal,
objetivo e incluso mensurable en términos numéricos, algo de representación o
incluso de imitación de la ley del universo. Los objetos y las cosas
observables tenían un parecido armónico con las formas matemáticas de la
geometría. Una figura humana o una estructura arquitectónica eran bellas cuando
respondían a una proporción armónica de ese tipo.
De entre las ideas pitagóricas, destaca
sobre todo la de mímesis o imitación de las formas puras del mundo. Éstas no se referían a una imitación directa de la naturaleza, sino a la
recreación esencial del orden último o kosmos que la estructura. Y para
llevar a cabo una mímesis armónica de esas características era necesario no
solo atender al parecido geométrico, sino a la symmetria, la relación de
las partes con el todo, basada en la proporción, denominada en griego analogía. Basándose en las teorías
pitagóricas sobre la armonía, el escultor Policleto elaboró un tratado sobre symmetria
(proporciones) en el ser humano, denominado Canon (kanon significa en griego
«caña o vara de medir»): la escultura del Doríforo sirvió para ilustrar esa
noción matemática de simetría. La naturaleza había conformado el cuerpo
humano y sus miembros guardaban una exacta proporción respecto al conjunto: los
antiguos fijaron esta relación en sus obras, donde cada una de las partes
guardaba una exacta y puntual proporción con respecto al conjunto de la obra
total.
Según Plinio, Parrasio fue el
primer artista en dar proporciones, aunque sus cabezas y sus articulaciones parecieran
demasiado grandes, o pequeñas, o tuvieran errores en las medidas o en la disposición
de las figuras. El cuerpo humano, formado por la naturaleza, invitaba a buscar
modelos entre los jóvenes, con quienes, con el tiempo, se edificaría finalmente
el canon artístico clásico. Mientras tanto, los dibujos de Zeuxis y Parrasio
sirvieron de modelo en una selección icónica natural brindada a los artistas
posteriores; el canon se fue incorporado casi de modo inconsciente con el paso
de los siglos. Los codos, los brazos, los pies y las manos, tallados en mármol,
piedra, madera o caña se convirtieron en unidades de medida y en reglas de las dimensiones.
El rostro, desde la barbilla hasta la frente, terminaría siendo una décima
parte de la altura total. El ombligo, el punto central natural del cuerpo
humano. La palma de la mano, desde la muñeca hasta el extremo del dedo medio,
mide exactamente lo mismo. Si nos referimos al pie, sería sexta parte de la
altura del cuerpo; el codo, una cuarta parte, y el pecho equivale igualmente a
una cuarta parte.
Precisamente respecto a la
relación entre las partes y el todo, con una persona de pie, con las manos
y los pies estirados, puede trazarse la figura geométrica de una circunferencia
tomando el ombligo de esta persona como centro, y establecer así una primera
relación del microcosmos humano con la geometría de la naturaleza. Pero no todo
acaba aquí, puesto que a partir de ella se puede construir otra figura
geométrica: un cuadrado, que podría encadenarse a la totalidad geométrica
del kosmos mediante las relaciones que existen entre todas las figuras geométricas.
Esto explica por qué las proporciones humanas fueron utilizadas en la cultura griega a la hora de diseñar y construir edificios, sobre todo de templos, y como la arquitectura era un puente entre la armonía humana y la del universo. Las partes de los templos debían guardar una proporción de simetría perfectamente apropiada entre sus partes y de ellas con respecto al todo. Como sucedía con los miembros o con las partes del cuerpo humano, era imposible que un templo poseyera una correcta disposición si carecía de simetría y proporción.
Quedaba así estructurada la armonía entre las artes y el cosmos, pero también cerrado el espacio visual de la imagen en el territorio de lo apolíneo, tema del que nos ocuparemos en la próxima entrada.
Esto explica por qué las proporciones humanas fueron utilizadas en la cultura griega a la hora de diseñar y construir edificios, sobre todo de templos, y como la arquitectura era un puente entre la armonía humana y la del universo. Las partes de los templos debían guardar una proporción de simetría perfectamente apropiada entre sus partes y de ellas con respecto al todo. Como sucedía con los miembros o con las partes del cuerpo humano, era imposible que un templo poseyera una correcta disposición si carecía de simetría y proporción.
Quedaba así estructurada la armonía entre las artes y el cosmos, pero también cerrado el espacio visual de la imagen en el territorio de lo apolíneo, tema del que nos ocuparemos en la próxima entrada.
[1] Plinio, N.H. vii,
205.
[2] José María Valverde. Breve historia y antología de la estética, Barcelona, Ariel, 1995.
Enlace a El origen de la imagen y la estética antigua en Grecia (II). La belleza
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