Podemos imaginar ciudades comunicadas y progresivas, con
espacios privados aunque conectados entre sí mediante puertas, cerrados parcialmente a
una intimidad administrada por sus habitantes desde dentro, abiertos según un ritmo
sereno y alternativo.
Estas no serían otras que las ciudades soñadas por la nueva burguesía de la revolución industrial, aquellas, como París, cuyo esqueleto fotografiara Nadar en las primeras incursiones aéreas de la técnica fotográfica. En ellas se apreciaban, tanto desde el cielo como desde la superficie, los entresijos de una urbe con sus costuras, sus hilos autónomos y sus puentes, incluidos tantos rincones precarios, como los mostrados en la superficie de la ciudad por fotógrafos como Eugene Atget.
Estas no serían otras que las ciudades soñadas por la nueva burguesía de la revolución industrial, aquellas, como París, cuyo esqueleto fotografiara Nadar en las primeras incursiones aéreas de la técnica fotográfica. En ellas se apreciaban, tanto desde el cielo como desde la superficie, los entresijos de una urbe con sus costuras, sus hilos autónomos y sus puentes, incluidos tantos rincones precarios, como los mostrados en la superficie de la ciudad por fotógrafos como Eugene Atget.
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Nadar. Vistas aéreas de París. 1868 |
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Eugene Atget. Cour, 41 Rue Broca, 1912 |
Aquellas ciudades parecen haberse diluido hoy, en un proceso transcurrido entre finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI, primero barnizadas y maquilladas, más tarde deslocalizadas, y finalmente, en su crisis de superabundancia, repletas de huecos vaciados y tapiados, nuevos y viejos, abandonados en su luminoso silencio especulativo. En las ciudades gigantes de hoy desfilan lugares repletos de fantasmas y ajenos e imposibilitados para la habitación social y la interacción.
Es cierto que aquellas ciudades de ayer, hoy afectadas más que nunca por la pérdida y el dolor del lugar (nostos-algia, nostalgia), no estuvieron nunca libres de un tráfico tortuoso entre lo público y lo privado, vulneradas a menudo por el doble efecto de la transparencia y la compulsión a mostrarse públicamente, así como por la histeria y el aislamiento ante un exterior amenazante. No obstante, aquellas ciudades mantuvieron un pulso largo y tenso con el ritmo de su crecimiento, antes de ir progresivamente mutando en una huida a espacios más limpios y transparentes, de camuflaje, contribuyendo a algo que no sobrevino de ningún modo de repente. En cierto modo, las ciudades del siglo XXI son producto de una emigración humana hacia el cristal, en todos los sentidos, tanto urbanístico como social e individual.
Así, la
estructura desarrollada en las ciudades modernas antes de la globalización consistió
en una serie de metrópolis, ampliadas para acoger un escenario cada vez más
masivo y amplio, sin miedo a la destrucción y la reconstrucción de cascos
antiguos, barrios y comunidades, no menos que a la construcción de
urbanizaciones dormitorio de nueva planta que hospedaran a todo aquel que
quisiera emigrar del contacto directo y aspirar al éxito y la protección que
aportaban las alturas y las verjas. Eran ciudades mejor adaptadas al gigantismo
imaginario de las nuevas sociedades, hasta alcanzar el escenario de una escena global.
En ellas se dio un vaciamiento progresivo de la visibilidad de lo personal
y lo singular, del tránsito entre puertas, así como un abandono de los espacios
originales y propios de estos ámbitos, en favor de una nueva ficción, empeñada
en alcanzar el éxito en la inmensidad de un nuevo macroterritorio sin cabida ni
sentido para lo pequeño.
Tomás Caballero. En Berlín, 2008 |
Las ciudades
de la globalización de finales del siglo XX construyeron un escenario masivo lo más amplio posible, una plaza escenario mayor a todas
las anteriores en la historia, apoyada en una deslocalización y en una
gentrificación casi sin límites, donde lo pequeño pasaba a servir como relleno de
espuma al gigantismo de unas inmensas zonas arquitectónicas, repletas de polígonos, centros comerciales, parques temáticos, urbanizaciones aisladas,
recintos deportivos, segundas y terceras
residencias, ciudades para el negocio, el turismo y el ocio, inmensos
aeropuertos...
Tomás Caballero. Berlín, Postdammer Platz, 2008 |
No obstante, aquel gran concierto encontró su límite sublime, y la nada en la que no cabían sus partes resultó taladrada por infinidad de lugares vacíos, sin espacio, sin habitantes. La ciudad, más que nunca, no era el lugar para vivir, sino donde hacer negocios, particulares, inmediatos, y donde una autovigilancia desaforada impulsaba a la competitividad, los rankings del gigantismo de las ferias, el hormigueo de los centros comerciales, los casinos y las ciudades inmateriales de las grandes compañías financieras. Estas macrociudades del todo imaginarias terminaron por ser frágiles por su propio gigantismo, quedaron colgadas en el aire de tan gran vuelo, suspendidas en la propia cúspide de sus rascacielos. Y su último acto, el de la retirada de la inversión, posterior al estallido de la burbuja financiera, fue el final de una obra caracterizada por sus imposibles aspiraciones.
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Berta Tiana. Foto de Urbanoporosis, 2013 |
La cuestión ahora es cómo, en una sociedad como la nuestra, con un volumen de desempleo, precariedad y necesidades tal elevados, con un limitadísimo acceso al mercado de la vivienda, entre otros males como las bolsas de pobreza e inmigración, pueda haber generaciones que recuperen los espacios de las ciudades y puedan rearticular la desaparición de las instituciones que hasta ahora parecían hacer la vida un poco más posible. Queda pendiente saber cuál es la salida de una confusión obstinada en seguir igual, que promociona la hostilidad hacia el otro, lo pequeño y lo no económico, que espera una nueva oportunidad para especular con el territorio vaciado, tapiado y taladrado, en lugar de ayudar a un descenso reflexivo a la superficie y a una apertura y reactualización de las viejas puertas y puentes. Queda pendiente cómo circular en la ciudad de modo que se puedan poner en común preocupaciones y fuerzas de diferencia, espacialidades de fuga que se apropien de los espacios para hacerlos habitables para el conjunto de los ciudadanos.
La propuesta de Urbanoporosis ha sido registrar y
analizar el proceso de deterioro y abandono urbano de la ciudad de Sabadell, para después
hacerlo perceptible a los ciudadanos, ofrecer una imagen o una contraimagen de
la ciudad con la que facilitar un posible empoderamiento ciudadano del futuro de estos
espacios urbanos. El protagonismo de la fotografía en esta exposición itinerante consiste en su capacidad para ordenar la realidad y ayudar a
crear una sensibilidad nueva, ayudar a repensar los usos, los espacios, las
funciones y los regímenes de estos espacios. Uno de los organizadores de la muestra, Bernat Lladó, pone de relieve la
importancia de las imágenes en la construcción de las políticas de la ciudad, la capacidad de estas para el ocultamiento y la invisibilidad, pero también su potencia para tornar a hacer visible lo invisibilizado. La exposición apuesta por el papel del arte a la hora de sacar a la superficie problemas de este calibre y, en el caso de la fotografía, su capacidad para aportar un conocimiento crítico.
La fotografía puede intentar, mediante la luz –dice también el fotógrafo y teórico Manolo Laguillo en su colaboración para Quadern, en su número dedicado a Urbanoporosis–, establecer unas condiciones que puedan salvar, rescatar y redimir lo horroroso, lo que no nos gusta en sí mismo, lo que nos produce desasosiego y rechazo, para reconstruirlo con otras formas de composición y luz y salvarlo de su destrucción con una imagen efectiva. Esto sugiere una guerrilla donde lo fundamental no es tanto conseguir una imagen vencedora, definitiva, salvada y salvadora, sino construir unas imágenes que arraiguen de manera reflexiva en la visión ciudadana, una imagen interiorizada, y mantengan abiertos los puentes bidireccionales con los que interactuar colectivamente. Estas imágenes pueden reapropiarse de los formatos estándares de mediación, del gigantismo económico de lo visual.
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Berta Tiana. Foto de Urbanoporosis, 2013 |
La fotografía puede intentar, mediante la luz –dice también el fotógrafo y teórico Manolo Laguillo en su colaboración para Quadern, en su número dedicado a Urbanoporosis–, establecer unas condiciones que puedan salvar, rescatar y redimir lo horroroso, lo que no nos gusta en sí mismo, lo que nos produce desasosiego y rechazo, para reconstruirlo con otras formas de composición y luz y salvarlo de su destrucción con una imagen efectiva. Esto sugiere una guerrilla donde lo fundamental no es tanto conseguir una imagen vencedora, definitiva, salvada y salvadora, sino construir unas imágenes que arraiguen de manera reflexiva en la visión ciudadana, una imagen interiorizada, y mantengan abiertos los puentes bidireccionales con los que interactuar colectivamente. Estas imágenes pueden reapropiarse de los formatos estándares de mediación, del gigantismo económico de lo visual.
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Berta Tiana. Foto de Urbanoporosis, 2013 |
Urbanoporosis se inscribe en el interior de una necesidad, la de representar una ciudad que cada día es menos fácil de representar en su globalidad, que «ha perdido gran parte de sus límites», y que tal vez por ello necesita buscar sus raíces en el propio territorio del paisaje para nombrarla, salvando la invisibilización y la miopía que el «polvo y la rutina» dejan a su vez en la superficie de su suelo invisibilizado, la consecuente crisis de la representación y del propio paisaje. Urbanoporosis se inscribe en el trabajo de fotógrafos que han sabido situar su propuesta visual en los paisajes intermedios de la periferia, de las afueras, espacios liminares que erosionan la imagen mental históricamente transmitida. Que transforman los espacios vacíos en paisaje, visibles, no transparentes, insignificantes. Espacios que abren una utopía social, del espacio posible.
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Berta Tiana. Foto de Urbanoporosis, 2013 |
La búsqueda de las raíces en el
paisaje implica, por tanto, la recuperación del deseo de hacer cosas de otra
manera, de recuperar el espacio perdido y dañado (salir de la nostalgia, al
tiempo que del olvido). En el libro publicado al hilo de la exposición, Bernat Lladó recurre a Andreas Huyssen, a su interesante expresión de «nostalgia
reflexiva», referida a una apropiación del pasado para construir un futuro
alternativo, más allá del simple lamento sentimental. Se refiere al paso de la
interpretación a la acción, al paso a habitar la ciudad y poner cosas en ella
al tiempo que se muestran, a una acción cultural y no solo espacial. La imagen
posible es la que supera la pobreza perceptiva que se mueve entre los polos del
gigantismo ilimitado y el aislamiento espacial. La que explora una nueva
cultura del límite entre lo privado y lo público, desde la acción colectiva y
el contacto. Según el autor, el lugar y el paisaje son realidades intermedias,
forman parte de una conquista, una relación social. Este es el nuevo
imaginario, bastante concreto, por cierto.
Cualquier imagen es un compromiso entre la realidad y lo que queremos ver de ella, representa un compromiso entre la realidad de una ciudad y lo que queremos recuperar de ella, lejos del crecimiento injustificado y el aumento de espacios vacíos. Si queremos puede alejarse de la arrogancia de la mirada a vista de cielo y vertical, del menosprecio moral del mundo, de su mirada unitaria y homogénea, y apostar por una realidad multidimensional, en la que encajen puntos de vista simultáneos y formas laterales de mirar, experiencias vividas en un recorrido físico y corporal por la ciudad.
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Vídeo Urbanoporosis |
Cualquier imagen es un compromiso entre la realidad y lo que queremos ver de ella, representa un compromiso entre la realidad de una ciudad y lo que queremos recuperar de ella, lejos del crecimiento injustificado y el aumento de espacios vacíos. Si queremos puede alejarse de la arrogancia de la mirada a vista de cielo y vertical, del menosprecio moral del mundo, de su mirada unitaria y homogénea, y apostar por una realidad multidimensional, en la que encajen puntos de vista simultáneos y formas laterales de mirar, experiencias vividas en un recorrido físico y corporal por la ciudad.
Si! estuve hace poco en Dubai la ciudad impresionante futurista, con el esplendor de las edificios que tocan las nubes y se pierden en la altura, y si tienes la oportunidad de subir a sus majestuosos pisos 180-200 el paisaje a contemplar son las sombras nebulosas de los menos grandes, pero y si no puedo caminar por sus calles? las distancias son "macro" si solamente tengo "el centro comercial" prefiero la intimidad de las ciudades europeas donde se pueda ver a los vecinos aunque sea de vez en vez seguramente son mas sociales mas humanas
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