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Fragmentos de estética fotográfica (I). La intimidad



Ausencia / presencia

La fotografía emerge como impresión, pero si atendemos a su permanencia en el tiempo, la huella que la configura se mueve en la plena ausencia del mundo: el rostro que la protagoniza solapa su presencia y su ausencia, mientras en su relieve queda como un momento pasajero, de muerte. En su inmanencia, en su inevitable regreso que vuelve, en su activación de la memoria, no concluye nada de lo que presenta, y en su heteronomía compone un cruce de personas distintas (fotógrafo, personaje, espectador) que oscilan en el territorio inconcluso de su superficie. Entramos en un espacio de experiencia en el que no se sabe bien qué se muestra o qué se cuestiona en lo que se muestra. La fotografía abre una discontinuidad en el centro mismo del principio de realidad, una reversibilidad en la dialéctica de la identidad y el extrañamiento. Con todo, supone una apertura del espacio de la ilusión estética, una entrada en el sensual juego de las apariencias, en la seducción que cae atraída hacia el manto de la continuidad, apoyada en los destellos de su mostración fugaz de lo real. Walter Benjamin veía en imágenes como ésta una chispa de azar inaprensible. Roland Barthes, el punctum de lo irrepetible.



Desdoblamiento

MappleThorpe
Hemos de desdoblarnos para captar las imágenes y para encontrarnos en ellas, tenemos una pérdida en el momento en que miramos a los otros o al mundo. Al desdoblar al objeto nos desdoblamos en un espejo, en la conciencia simultánea de ver y ser vistos. Nos apercibimos de que no existe el «sí mismo» del retrato o del autorretrato. Nuestro afán creador del discurso muta en su objeto, del mismo modo que éste muta en nuestra mirada. La imagen que nos mira se relaciona íntimamente con la realidad incontrolada que escapa a nuestra mirada. Nos vemos de manera diferente cuando esa imagen nos mira, cuando nos muestra que puede cambiar, perdemos pie en lo que estamos observando cuando nos observa. Intuimos la mirada del otro en ese espejo, nos encontramos con una infinidad de rostros propios y ajenos.



Interferencia

Diane Arbus 
No podemos ver la realidad  cuando ésta nos mira, y, si vemos que posa, su teatralidad nos impide incluso mirar más allá de su ausencia. Vemos su presencia desde otro lado que no es el nuestro, desde un costado que nos interfiere (nos vemos a nosotros mismos como observadores que miramos esa realidad). Precisamente en ese momento, la mirada que nos devuelven los personajes nos muestra la parte de nosotros que sin darnos cuenta mostramos. No existe la impunidad, siempre hay algo de nosotros que se descuelga cuando miramos: la cosa mirada nos mira, nos diluye y nos hace titubear. En ese momento es difícil ver quién interpreta y quién es interpretado en ese acto.



Intimidad

Cindy Sherman
Pero en algunas fotografías hay como una especie de pacto de no agresión, de intimidad: hay un guiño de mínima generosidad, una dosis de reserva y ausencia. En ellas hay sólo una distancia menor, mínima, una escena, un encanto, una profundidad. Una distancia flexible, no calculada, en construcción. En ellas se contempla, más que se mira, un encuadre similar a una puerta. En la escena de la intimidad se observa un juego de intercambio de miradas, se dibuja en un momento un pasillo que conecta a alguien que interpreta y a alguien que es interpretado: se observa el trazado de un cierto equilibrio, y el pulso de un cierto ritmo. Las figuras pasan, entran y salen, se ve en ellas el antes y el después, y los ejes de las miradas se cruzan en diferentes puntos para seguir a continuación su curso.

Dorothy Lange
Dicen los semiólogos que ésa es la característica de los códigos de la escena, que éstos protegen al sujeto y median entre las miradas. Pero tendríamos que añadir que eso sucede cuando en su cobertura restan, cuando desnudan la imagen hasta dejar oscilar su significante, y no su prueba. Y en ese aleteo de la  escena de la intimidad se aprecia entonces el contacto y el encuentro de cúmulos de fragmentos, el rastro abierto de la superación de las heridas, de la cruda realidad, la ausencia de neutralización.



Sensación / dramatismo


















No obstante, la intensidad de la imagen surge en su discontinuidad, en su denegación de lo real. La amenaza nos atrae, a pesar de su tensión. Según Susan Sontag, no sabemos muy bien cómo actuar ante la fuerza extrema de dolor o de deseo que nos producen las imágenes. Nuestro inconsciente nos determina, aunque lo desconozcamos. El dramatismo de algunas escenas surge entonces en la lucha entre nuestra intención de imponer la voluntad y la voluntad del objeto por imponer su discontinuidad e inmediatez. En este espacio, la consigna puede ser la frivolidad, convertida en sentimentalismo por posesión (erótica exacerbada) o en rechazo (autodefensa) frente a los objetos. Es cierto que la transparencia o el sentimentalismo potencian un mayor dolor por las imágenes, o un mayor deseo de lo que éstas presentan. Pero también lo es que su actividad bloquea la búsqueda del destino, la memoria o el contexto del suceso, en un impulso por neutralizar la distancia y la amenaza. Muchos artistas y una gran parte del público se apoyan en la ficción e intercarlan marcadores de fantasía, a fin de reducir y dosificar la distancia y la amenaza. Pero incluso en pinturas como las de Caravaggio o en cualquier paisaje pastoril podemos ver marcadores de realismo que nos introducen de nuevo en la amenaza. Es difícil pensar en obras totalmente ficcionales, no hay un vendaje absoluto a mano de la ficción. 

La propia Sontag atribuye el embellecimiento no sólo al voyeurismo en bruto, sino a la huida: la expresión «Así puedo aceptar esto» produce un efecto anestésico contra el dolor de la imagen. Es una forma de acostumbrarse a él mediante la repetición cotidiana y reducida en la visión. Mediante esa distancia calculada se convierte a las cosas en asépticas, y así no dejan tampoco de ser inevitables. «Es solo una fotografía», algo que no refleja los motivos ni las consecuencias, ni los modos. Se produce solo una cierta familiaridad con el miedo domesticado. El dramatismo inicial, por tanto, intenta neutralizarse en una de sus más comunes formas: la evasión. 




Transparencia

Finalmente, en un último recoveco del dramatismo, encontramos un frenesí de lo real, un furor de las imágenes que dinamita los espacios vitales de la intimidad. Éste supone una cierta ruptura de la simultaneidad, una eliminación del desdoblamiento en el espejo. Puede haber en él una mayor o menor cercanía, pero siempre protagoniza una ruptura de la distancia. Una abolición de la escena. Podemos hablar de un cierto acto predatorio: los personajes son poseídos simbólicamente, en un asesinato sublimado, y se expulsa su mal a un sitio donde ya no puede ni siquiera aceptarse, sino ser eliminado, donde no cabe ya ni una gota del espacio de la ilusión. Se busca la permanencia en escena de lo que debería estar oculto, lo siniestro, en un último acto de pasión. Nos encontramos en una última cesión al ritual de conjurar el miedo, a la escisión de su objeto. Entonces emerge la pregunta de la hiperrealidad, saber la verdad, y su respuesta de realidad es certera: no se ve nada, no hay nada detrás. El ejemplo de la imagen jirón de los campos de exterminio muestra su limitación como prueba: simplemente satura y no documenta. Una menor representación, por el contrario,  recupera mejor la memoria.



Trapecio
Representación de las Kriskats
















Hace unas semanas me encontré fotografiando a unas trapecistas llamadas Kriskats. Mientras observaba sus movimientos, su juego de contrapesos en un medio inestable, su aprovechamiento de la tensión de fuerzas contrapuestas, me imaginé una profunda atmósfera de intimidad, dominada por unos cuerpos que caían con dulzura por entre los apoyos imprevistos que ellos mismas se construían, para volver a subir de nuevo al punto de máxima tensión de gravedad. Vi su paralelismo con la tensión entre la ausencia y la transparencia fotográfica, un hilo pasional cuya fuerza en la cuerda circense se asemeja al dramatismo de la experiencia estética de la imagen fotográfica. Entre la transparencia de nuestras sociedades de control y el abismo de la ausencia que nos eriza la piel, vibra la tensión de un espacio como el de un trapecio, donde el singular que somos hace del equilibrista que juega con la fuerza de la gravedad y con el propio impulso de sus desdoblamientos, incorporando formas complejas y en equilibrio constante, dinámico. La intimidad de la fotografía, su escena fuerte pero intensa, se acerca a estas artes escénicas menores independizadas del circo como ejemplo repetido de su lucha de resistencia. No es casual que ambas tengan tanta importancia para los nuevos movimientos sociales.


(Fragmentos propuestos para la jornada de trabajo "Fora de lloc" en la convocatoria 2010 del Quelcom dedicada a la Privacidad)

Comentarios

  1. Excelente resumen de las características del arte fotográfico, su estética y su función. No sólo me ha gustado e interesado, sino que me ha hecho sacar conclusiones a las que de otro modo probablemente no habría llegado.
    Gracias, como siempre, por regalarnos con tanta generosidad tus conocimientos, y un abrazo.

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  2. Muchisimas gracias por visitar mi blog www.fotoviajera.jimdo.com por tus palabras sobre mis fotografías y por apoyar mi trabajo en tu blog al que dedicaré tiempo para leer y enriquecerme. GRACIAS TOMAS

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