«Cos sense òrgans: el gest filosòfic de Gilles Deleuze», José Luis Pardo.
Antes de que acabe el verano, quería dejar caer un comentario sobre unas jornadas a las que asistí el pasado mes de julio en el contexto de las actividades del MACBA. Hablamos de un ciclo de conferencias a cargo de uno de los más reconocidos analistas de la obra de Gilles Deleuze en este país: Jose Luis Pardo. Las jornadas se centraban en la obra de este pensador al que muchos debemos una parte de nuestro pequeño itinerario filosófico, y del que hemos adquirido ciertas orientaciones en diversos temas filosóficos de mayor o menor calado. En cuatro sesiones, llenas de erudición y de conocimientos sobre un autor difícil, de no pocas derivaciones complejas, y polémico en relación con en el mundo académico de la Filosofía, la Psicología, la Estética y la Política contemporáneas, se deslizó la filosofía de un autor cuyas lecturas de las grandes figuras del pensamiento occidental son, a su vez, «relevos» a la vez transformadores y continuadores de sus correspondientes filosofías. De hecho, la filosofía que atraviesa la «Historia de la filosofía» misma suele aportar lecturas incompatibles con su original, aunque a la vez continuadoras de sus figuras del pensamiento, mediante líneas de fuga que intentan mantener vivo el «germen» de su pensamiento.
Seguro que la aportación de estas jornadas nos va a ayudar a ir generando a nuestra vez un consiguiente relevo de Deleuze, necesario para hacer que su pensamiento siga vivo en la filosofía contemporánea, tanto como para hacer que nuestra propia filosofía supere el paso del tiempo y del concepto que la propia disciplina de la Historia de la filosofía académica ha «planchado» en torno a la explicitación abstracta que nos rodea y que nos caracteriza. Puede decirse, además, que en este curso monográfico han surgido una infinidad de temas sobre la obra de Deleuze, y sobre sus ramificaciones en la Estética, la Psiquiatría, la Política y la Historia de la filosofía, tanto que sería imposible tratarlos de modo exhaustivo aquí, en el breve espacio de este blog, aunque espero que en algún momento podamos volver a ellos. No obstante, quería hacer una pequeña y modesta incursión en algunos de los conceptos que se han tratado y sobre los que sigo teniendo algunas dudas, tanto en lo que respecta a la necesaria profundización en una nueva lectura de primera mano de Deleuze, para despejarlas, como respecto a un posible diálogo con las posiciones sobre esos mismos temas de Deleuze en las conferencias. Un espacio escrito como éste podría ser una forma acorde con el estilo de Deleuze, quien prefería discutir mediante obras y papeles, más que de otro modo.
Pues bien, uno de los temas en cuestión ha sido el que implica el juego de la ficción y la fantasía, términos que han ido surgiendo en las jornadas como sinónimos y de manera escalonada y variable, y que, a mi juicio, suponen un capítulo básico del pensamiento y la vida del mundo contemporáneo. La primera de las referencias a esta idea de ficción surgió como una palabra que el ponente no podía poner exactamente en boca de Deleuze, aunque le parecía explicativa de su discurso y de cómo permite al lenguaje traspasar al otro lado (el ruido de los cuerpos) y, desde ese otro lado, tener una resonancia de nuevo en el lenguaje, en un puente virtual que, eso sí, lejos de ser estabilizado en una continuidad, pasa como en un suspiro inaferrable. Éstos dos lados quedarían, a pesar de la ficción, diferenciados e imposibles de conectar de manera permanente. Sin embargo, la ficción sería, para este Deleuze, el eslabón que une las sucesivas series incomunicables del tiempo y la experiencia, invirtiendo y poniendo el mundo al revés en ese momento de «expresión». La ficción (la ruina de la representación) sería entonces condición de la obra de arte que hace «presente lo irrepresentable».
Más adelante, aparecía una necesaria matización del concepto para solicitar una especie de petición de principio: según este Deleuze, es necesaria una «fantasía bien articulada», coincidente precisamente con la expresión de la obra de arte, para diferenciarla de una «fantasía mal articulada» o patológica, que no vehicula la locura como elemento creativo potencial en un sentido filosófico fuerte, sino distorsionador. Para Deleuze, ese trabajo del conocimiento intuitivo contenido en el paso entre los dos umbrales es el trabajo de la «expresión», el paso de una fantasía pasiva a una fantasía activa: de las pasiones tristes a las «pasiones alegres». La creación, para Deleuze, necesita del arte para continuar su movimiento, en una obra de arte ajena a la mímesis. Eso sí, esta construcción sólo podría ser de fantasmas y de fantasías, aunque éstos no sean patologías irreales, sino desvaríos creativos. El perverso, por el contrario, no sublima de modo artístico, como tampoco le interesan los valores sociales, sino que persiste en su deseo hasta alcanzar una molécula de sueño, hasta llegar incluso al daño, en su intento de aferrar permanentemente el placer.
A pesar de todo, seguiríamos necesitando saber «cómo» articular bien la ficción, cómo crear una obra de arte que supere lo patológico y se abra con fortuna en el sentido de la creación. Y la siguiente indicación que se nos hace consiste en sortear la imaginación, hacia la cual Deleuze parecía tener cierta alergia. Parece que Deleuze huyó del término «imaginación», incluso en sus textos aplicados al arte. El descontento de Deleuze con el concepto de «imaginación» arraigaba en la crítica (de Spinoza) a las falsas explicitaciones, típicas del juego del presente con la imaginación: podemos considerar que la imaginación es el puente entre entendimiento y sensibilidad, y viceversa, pero que ni siquiera ella conoce la realidad, el infinito, la duración, sino sólo partes finitas, partes «falsamente explicitadas» en el presente. La única articulación imaginativa que puede intentar el desarrollo completo de la duración es la contenida en el germen de la ficción, algo que tense y desborde la imaginación en un tiempo ideal.
De manera que, como en Kant, ir más allá de la imaginación implicará el concepto de sublime, el límite que abre la diferencia en la serie, la disonancia, la sacudida, y también el nudo germinal de sentido. Pero en este Deleuze asomará un fantasma final: la obra de arte en forma de ficción sublime, su extensión hasta el último relevo del pensamiento de Deleuze, la potencia nietzscheana, la obra de arte total, una ontología de la indeterminación en respuesta a Hegel y a Kant. Un tiempo donde el presente no tiene ya más potencia que el devenir, y donde tampoco podrá aferrarlo. Es necesario el eterno retorno, la forma vacía del tiempo que hace estallar la imaginación de manera continua, lejos de las explicitaciones seductoras de lo banal, lo superficial y lo efímero. Éste será el fantasma de la fantasía que no aterrizará ya nunca más en lo real, que vivirá en un origen genético libre. Y, por tanto, será un fantasma que quedará colgado también en su devenir.
A pesar de su fuerza, este planteamiento no deja de tener riesgos. Parece como si la ficción mantenida fuera la única salida de todo un sistema de relevos, y de toda suerte de impotencia. Parece que esta idea de la ficción intentaría destacarse en todo momento de una imaginación fijada a la determinación del presente (fuente de males radicados en la falsa explicitación del pensamiento y del deseo). La imaginación parece ser válida ahora sólo explotando el límite de lo sublime, no sólo frecuentándolo, sino sorteando las cadenas del «ahora» para entrar en un constante espacio de «virtualidad del pasado y el futuro», en una ontología de la suspensión del presente. La obra de arte ha de expresar entonces siempre lo nunca dicho, lo nunca vivido, sin quedarse presa en el «ahora», a costa de sólo rozarlo y nunca representarlo. Pero el puente que hace de vínculo y no se queda en el «ahora» solo puede ser llamado «fantasma» o «fantasía», brillo o esplendor de lo que nunca ha sido vivido en su vacuidad y nunca se terminará de vivir del todo. El fantasma, lo virtual, no está en un mundo paralelo, sino atrapado entre dos puntos virtuales del espacio representable. Sólo resta experimentar su evanescencia, vivirlo virtualmente, para escapar a la designación imaginaria de las probabilidades: es necesario vivir la potencia, y no explicitar lo posible.
Por ello mismo, tal superación de la imaginación por parte de la fantasía no termina de quedar del todo clara, sobre todo si pensamos en la necesidad recurrente de este Deleuze por reclamar la «novedad» como ancla de la fantasía. Dice en su abecedario («Deseo») que lo importante de la ficción es mostrar «lo nunca visto o dicho», pero no dice mucho sobre qué hacer o cómo experimentar esa «ausencia», cuánto habría de durar la sonrisa que produce tal descubrimiento. El trabajo del artista es poiesis, pura productividad, nada de mímesis, pero el resultado de esa poiesis artística es la novedad, una novedad que no decline. La creación de novedad es el motor que fuerza a pensar, nos dice este Deleuze; la potencia de la obra reside en que no se la pille en presente, nos confirma. Hay una tendencia del arte a vibrar que motiva a la comunicación de algo desconocido escondido en el pasado, es la fuerza de su porvenir, de su intempestividad, de no haber sido. Pero nada se dice de su continuidad, sino sólo de su explosión y superamiento constante, de que consiga decir lo nunca dicho de la mano de la novedad. Y si lo novedoso es hacer emerger lo que nunca ha sido, ¿qué pasa cuando esto se experimenta, o cuando se tiene la sensación de haber rozado su pasillo? ¿Se ha de superar de nuevo infinitamente y seguir buscando a continuación en el torbellino de la nada? ¿Siempre supone un simulacro la imaginación? A decir verdad, esto parece más bien una escapada de la melancolía, pero mutada en evasión y olvido. Y, por tanto, una propuesta de autonegación por principio. ¿No es esto otra vez un presente que pasa del ahora-ahora-ahora al nuevo-nuevo-nuevo? Es la anulación del presente. Pero si se plantea la indefinición para no ser cogido nunca en presente, y se hace un agujero en el avenir, ¿qué queda de una obra de arte, o de su ficción? ¿Es necesario que no termine nunca de presentar nada, o que lo presente siempre de manera virtual? (Esto, por cierto, lo hacen muchas obras de arte contemporáneo de alto esnobismo y espectacularidad.) Creo que esto implica conducir al Deleuze nómada a un abismo, y pedirle que vuele sin alas.
Hay, desde luego, una estrecha vinculación entre la explotación del enigma en los productos culturales de hoy y la formulación de lo novedoso a la que tampoco parece escapar el propio Deleuze. ¿No es un vacío dejar todas las puertas abiertas, tanto como cerrarlas?, ¿no es un nuevo resorte evasivo posponer el tiempo? Nos dice el ponente que no conviene relacionar esto con una ontología de la nada que terminaría en el mismo Thanatos, en los latidos misteriosos que nos llaman a un instinto de muerte, pero la alternativa es el zombi, el muerto viviente.
El planteamiento parece autocriticarse en las obras políticas de Deleuze, donde se pone al mercado como origen de la producción de un deseo enganchado al presente, generador de patologías de todo tipo, aunque no parece, sin embargo, que ese deseo se halle asociado, perjudicado ni sometido a la idea de «novedad», aunque sí (de nuevo) confundido con la idea de fantasía. Dice Deleuze en el Antiedipo que hay una genuina producción de carencia, resultado de la actividad social, cuyo correlato es la fantasía; dice que la producción del deseo forma parte inclusiva de la producción económica (que el deseo produce fantasías como una variante de la producción económico-social). Hay una representación fantasmal, fetichista, cuyo objeto adquirido en el proceso es sólo valor, algo que no puede ser consumido. Y, para sortear el escollo, nuestro Deleuze hace un desdoblamiento de la idea de fantasía: resulta que el nuevo idealismo de nuestra época contemporánea hace un teatro (un mito, una tragedia, un sueño) de la fábrica virtual del deseo y de la potencia (y posiblemente el psicoanálisis, la psicología y la cultura en general son agentes implicados en la regulación del sistema de producción-consumo). Es decir, que necesitamos distinguir entre fantasmas de «teatro» y fantasmas de «fábrica», escapar de la naturaleza social de un deseo que parece desear su propia representación. (De nuevo parece haber una distinción entre fantasía distorsionada, la del mercado, y no distorsionada, la del arte y la política, pero ¿de veras la potencia continua de la que hablábamos antes escapa al mercado?, ¿o es más bien su evanescencia el fundamento último de la teoría del valor?)
El planteamiento parece autocriticarse en las obras políticas de Deleuze, donde se pone al mercado como origen de la producción de un deseo enganchado al presente, generador de patologías de todo tipo, aunque no parece, sin embargo, que ese deseo se halle asociado, perjudicado ni sometido a la idea de «novedad», aunque sí (de nuevo) confundido con la idea de fantasía. Dice Deleuze en el Antiedipo que hay una genuina producción de carencia, resultado de la actividad social, cuyo correlato es la fantasía; dice que la producción del deseo forma parte inclusiva de la producción económica (que el deseo produce fantasías como una variante de la producción económico-social). Hay una representación fantasmal, fetichista, cuyo objeto adquirido en el proceso es sólo valor, algo que no puede ser consumido. Y, para sortear el escollo, nuestro Deleuze hace un desdoblamiento de la idea de fantasía: resulta que el nuevo idealismo de nuestra época contemporánea hace un teatro (un mito, una tragedia, un sueño) de la fábrica virtual del deseo y de la potencia (y posiblemente el psicoanálisis, la psicología y la cultura en general son agentes implicados en la regulación del sistema de producción-consumo). Es decir, que necesitamos distinguir entre fantasmas de «teatro» y fantasmas de «fábrica», escapar de la naturaleza social de un deseo que parece desear su propia representación. (De nuevo parece haber una distinción entre fantasía distorsionada, la del mercado, y no distorsionada, la del arte y la política, pero ¿de veras la potencia continua de la que hablábamos antes escapa al mercado?, ¿o es más bien su evanescencia el fundamento último de la teoría del valor?)
Finalmente, ¿qué sucede con el arte, con la obra de arte? ¿Es ajena a ese teatro? Todo parece apuntar a que no. Y entonces, ¿cómo se hace fábrica? ¿Cómo llegamos al interior de una fantasía creativa que sea inducida? Deleuze observa que la fantasía ha de poder ver su carga libidinal: una fantasía bien construida ha de deshacer el bloqueo, y la creación ha de ver sus líneas de fuga; de aquí surge todo un proyecto político, y posiblemente toda una estética. De hecho, él mismo dice que las líneas de fuga no pueden verse sin algún tipo de relación vital con el sujeto que las experimenta. De manera natural, la percepción hace lo necesario para sobrevivir en el presente y, ante la adversidad, y para paliar la ruptura de la orientación de la vida cotidiana, la obra de arte recobra, gracias a la poética, lo que de otro modo era casualidad y azar (el cineasta y el pintor crean esencialmente para sobrevivir, no para especular). El forzamiento creador del lenguaje permite que el poeta supere al pensador. Es posible barajar que no haya una estética en Deleuze, sino una ontología, como dice nuestro ponente, pero eso es dejar nuestra vida en las manos de los astros; por el contrario, hay un elemento que nos fuerza a pensar, una condición necesaria del pensamiento (tan ontológica como el devenir), y el mismo Deleuze en su abecedario explica también cómo todo concepto o percepto carecen de sentido si no tienen raíz en un problema vivido en la base, si no tienen una importancia para quien los crea. Esto es lo que Deleuze parece expresar en Imagen tiempo, cuando dice que la obra de arte mantiene siempre sus propuestas expresivas al mismo tiempo que su germen, un sentido estético vital de las obras que no olvida su origen, aunque estalle en los límites del sublime. Es posible que tengamos que meter a Benjamin en el agujero de Deleuze, por ejemplo, para que algún espeleólogo recupere una estética que abra un pasillo desde donde poder experimentar el eco de una memoria no actualizada, sin melancolías, eso sí, pero con raíces. Y hacer así también un nuevo relevo de Benjamín con Deleuze.
Hay no obstante, otras formas de pensamiento contemporáneo que están multiplicando ya los estudios sobre la extrema vinculación entre ficción y capitalismo, y ya hay lecturas de diferentes autores italianos (entre otros) que atribuyen a esa proliferación de la ficción (abstracto-creatividad) la fuerza de desarrollo del capitalismo actual (el capitalismo se alimenta de la especulación, el abstracto y la posibilidad de convertir un valor en cualquier otro, con teatro o con potencia). Por eso, de la misma manera que el sueño de Hollywood condujo la maquinaría de seducción de una parte importante de la población en la segunda mitad del siglo XX (y una burguesía ilustrada de los sesenta se afanó en buscar una salida en las filosofías de la ausencia), tal vez ahora la potencia del enigma abstracto de muchas manifestaciones artísticas y culturales suponga un reto del pensamiento contemporáneo que tenemos que afrontar (sin balones al tejado). La verdad es que no sé en qué medida la articulación deleuziana de la ficción y la fantasía escapan a ese planteamiento que sitúa en la indefinición y en la ambigüedad la fuente de especulación más salvaje de la historia del capitalismo; pero me temo que, y con eso vuelvo al principio de este sesudo comentario veraniego, será necesario recurrir de nuevo a las fuentes originales de Deleuze para ver cómo puede reincorporarsele en el mundo contemporáneo que ya le supera. Estaría bien ver qué tipos de «arte» podrían estar salvando ese punto ciego entre las ontologías negativas y la potencia asimiladora del capitalismo inmaterial. Y tal vez tendríamos que comenzar a hablar de las artes mestizas de acción y representación, o de la imprescindible categoría filosófica de la «singularidad», idea que supera la cortina de humo y la pesada carga de una universalidad que, al precio de no desaparecer, ha sido capaz de convertirse en la corteza atmosférica de la nada y del cambio perpetuo. Nos queda volver a buscar en ese torbellino los «problemas vitales de nuestra vida cotidiana singular» y superar la universalidad para ver de nuevo los problemas en los cuales arraigan y se basan los conceptos, sin los cuales nada de lo que hablemos puede tener sentido.
Buenas vacaciones y fresco agosto.
Buenas vacaciones y fresco agosto.
Conferencias on line de las jornadas:
http://www.macba.cat/controller.php?p_action=show_page&pagina_id=33&inst_id=29398
Una aportación interesante, Tomás. Me interesa desde hace tiempo ese concepto de obra de arte total, sobre el que he debatido con algún amigo. Tendremos tiempo para hablar de ello.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Gracias por el desglose y por la reflexión, estoy justo escuchando las ponencias estos días, no con toda la atención que querría (eso significaría dejar de hacerlo todo para escuchar), pero a la vez que leo Conversaciones, hago una primera aproximación a los campos de actuación de Deleuze y su cadencia.
ResponderEliminarDespués de tanto escuchar de él, entiendo la predilección que tiene los artistas por su obra, lo reconfortante de la línea de fuga que propone a través de lo artístico y a un tiempo el compromiso que supone.
Conforme leí además tu texto, he conseguido adelantarme unas líneas a la desembocadura que en estas ideas que apuntas sobre la ficción recaída en lo novedoso como constante. Me han conducido directamente a pensar en el desancadenamiento del mercado del arte, la especulación sobre la que abres tan buenos interrogantes.
Por otra parte, este párrafo es salvador:
"De manera natural, la percepción hace lo necesario para sobrevivir en el presente y, ante la adversidad, y para paliar la ruptura de la orientación de la vida cotidiana, la obra de arte recobra, gracias a la poética, lo que de otro modo era casualidad y azar (el cineasta y el pintor crean esencialmente para sobrevivir, no para especular). El forzamiento creador del lenguaje permite que el poeta supere al pensador."
Estar conociendo a Deleuze es todo un revulsivo. Meter la mano en un saco de interrogantes, y palpar sus aristas. Me da miedo llevar tanto cabo suelto en la cabeza,que ya es una maraca, pero tanta puerta abierta al fin y al cabo siempre es mejor que nada.
Un saludo,
M.
Gracias por tu comentario, y por pasar fugaz y sutilmente por entre el pasillo de puertas que he querido abrir en esta nota sobre Deleuze. Lo feliz de esto, lo más feliz, es el cruce y los pliegues que formamos y nos encontramos en esa línea de fuga, la única gravedad posible, un paso de puntillas tal vez frágil, como un aleteo, pero potente... vivo.
ResponderEliminarUn saludo también para ti,
T.