Cruzar un ancho bloque de agua
no para saltar obstáculos,
sino para entregarse a la velocidad irresistible
de un pasajero en los segundos.
La suerte me brinda la forma
de colgarme en su cola de iguana
y superar toda una cadena de caídas
en atardeceres, uno tras otro,
pasando de meridiano en meridiano,
para atravesar la noche
sorprendido con un sol rojo casi permanente
que me deslumbra hora tras hora.
En la esquina del giro terrestre
soy vencido como ya esperaba,
y allí me sorprende una temprana noche
de oscuras y tupidas cortinas de hotel
en ese silencio ensordecedor
de aterrizaje en tierra incógnita,
de bienvenida simplemente cortés.
Es un día largo
previo a una mañana corta
en un vuelo rasante sobre un paisaje
jaspeado de manchas doradas de palma
y de vegetación rizada y de charcos azules espesos,
antes de dejarnos caer en otro día de humedad
trigueña, bronceada, de calor, cuerpos doblados,
asfalto roto, basura seca.
Madera, portal y plata sobre un fondo de acordeón roto.
También rotas las aceras americanas
de baches agudos, viejos y abandonados
que escoltan desvencijados vehículos
inverosímiles en largos recorridos indígenas...
Al fondo se intuye el consuelo de los jugos al agua
y dobla música costeña y vibra el ritmo descosido
de un tráfico de entrecruzamientos imaginarios
y salidas numéricas de calles imprevistas repletas de sucesos.
Después vendrá el día maravilloso de la vida,
seguido de las semanas afiladas más duras,
antes del lazo filial con toda una tradición
de pieles caldeadas y cabellos negros
macerados en una pollera doblegada por el gallo.
Días de espera y sudor
en que caer en la cuenta de que me he pasado de hemisferio,
y entiendo que tal vez por eso la vegetación crece allí tan deprisa
o por esa caída tengo la sensación de que todas mis ideas
tienden a concentrarse en el mismo punto de la cabeza,
justo en el borde flexible y balanceante de una rama,
desde donde me mira de reojo ese curioso anfibio
que transporta mi mente con su movimiento de péndulo.
Más tarde descubro que la vuelta
ya no será una joven superación de atardeceres,
sino una oscura travesía dedicada a la protección
del sueño de una sonrisa dulce
que pretendo arropar en adelante
con el velo de la comprensión
y mis más cálidas letras,
con el manto de mi mente más sosegada y esforzada,
aunque el amanecer de este vuelo me sorprenda
en trueque con un mediodía demasiado prematuro
al descorrer las persianas del avión,
y haya de esperar a nuevos días que corrijan todo lo que la luz impone
o quizá haya abrasado.
Hace más de un mes viajé más rápido que la tarde
y no pude anticiparme al llanto que allí de todas formas
me esperaba.
Anteayer traje conmigo una herida del mundo aquí,
y todos los días me sorprende con una luz que me ciega,
cada vez que abro mis ojos.
Doy gracias por sus sonrisas densas y difíciles,
por sus permanentes afirmaciones de consuelo,
acepto sus recordatorios a vivir la vida
tanto como el crudo desgarro de su naturalidad inmediata,
adoro sus inesperados gestos de chica lista,
en ese eterno postrero intento de compartir
el tiempo en que espero cerrar su herida
mientras ella me observa como satisfecha y cómplice
de omitirme cuánto en realidad la necesito yo,
y cuanto me tiene en sus manos por ser poseedora del secreto
de esa realidad con la que ella puede ayudarme más,
aunque no lo sepa.
Parece que el fondo de un abrazo es más espeso
que cualquier intento de calmarlo,
como la vida, igual de tupida y frondosa que la intención
e incluso la esperanza.
Hermoso poema impresionista, Tomás: ahora la poesía surge de ti con la naturalidad del agua fresca de una fuente en la ladera de una montaña:
ResponderEliminar"Después vendrá el día maravilloso de la vida, / seguido de las semanas afiladas más duras, / antes del lazo filial con toda una tradición / de pieles caldeadas y cabellos negros / macerados en una pollera doblegada por el gallo."
"Parece que el fondo de un abrazo es más espeso / que cualquier intento de calmarlo, / como la vida, igual de tupida y frondosa que la intención / e incluso la esperanza."
¡Mágnífico!
Un fuerte abrazo.