La magia de la memoria tiene estas cosas: un día descubres la música de un bajista poderoso, de ésos que se escuchan al fondo, porque a ti te gusta el sonido de los bajistas que se notan. Otro te sorprendes cuando surge la evidencia de que ya lo conocías sin saberlo, de que habías frecuentado su ritmo otras veces, mientras mirabas a otro centro de atención. Más tarde, te dejas llevar por la nostalgia de intentar recuperar -como un turista- algunos instantes que en algún momento ya pasaron, y que ahora ves tan sólo como fantasmas recortados: tu anfitrión te invita a visitar meros recuerdos.
Pero la memoria tiene estos reflujos. El día de la cita vas a ver y oír la adaptación renovada de tus recuerdos, otro cuento, interesante, aunque cuento, y te encuentras otra vez la vieja sombra encorvada escondida con suavidad entre los grandes volúmenes del escenario, el duende que da voz al devenir en la plataforma de lanzamiento de la música improvisada, la misma sombra que aparece de modo imperceptible poco más tarde en los intersticios de los solos de sus músicos, entre nota y nota, para dar dos notas suaves con un todo apagado de su trompeta suave con sordina. Tutu.
Parece increíble que el recuerdo tenga esta fidelidad, de ningún modo aburrida, y que los personajes intercalen de nuevo el trenzado de sus notas en el interior de un tema que parece uno y es múltiple, o que parece múltiple y nos regala la consciente apariencia de una unidad que se sabe temporal. Así pasa el tiempo, un tiempo lleno de memoria que conecta espacios fragmentados, un espacio continuo que teje inmensos instantes de continuidad temporal. Bastan unas notas y sobran los discursos: la memoria es el equipaje que, por arte de magia, convierte al mismo pasajero en su maleta.
(Elementos nuevos del paisaje que tendré que escuchar con más detenimiento. Un trompetista: Christian Scott. Un saxofonista: Alex Han.)
Marcus Miller. Tutu Revisited. The music of Miles. Miércoles 11 de noviembre de 2009. Palau de la Música. Barcelona
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