OSCURA ES LA HABITACIÓN DONDE DORMIMOS[1]
Según Francesc Torres, vivimos una amnesia histórica tan oscura como la de una tumba. Muy poca gente tiene interés en saber más, en un país cuya historia parece que hubiera empezado en el momento de la Transición, en los años 1970-1980. Un bloqueo impide afrontar emocionalmente el tiempo anterior al franquismo y a la posguerra, aunque al final todos seamos consecuencia inevitable de ese pasado. Este tema viene como anillo al dedo a la obra de un artista casi desconocido en nuestro país (el suyo): una obra que se compromete en los problemas de la memoria y del presente, en los episodios críticos de la historia y en las tensiones del paso del tiempo y la fragilidad del recuerdo. El recuerdo es muy difícil, y la memoria muy frágil, tanto cuando se paraliza con el bloqueo de tabués políticos, psicológicos o emocionales, como cuando se impone el olvido con la urgencia de la velocidad y de lo novedoso. Huelga decir cuán importante es aquí el compromiso, y no subordinado precisamente a la estética, sino ayudado más bien por las cualidades críticas y terapéuticas de ésta para el respiro de la sociedad: aquí el arte puede proporcionar el suspiro de la restitución, y no más anestesia.
Oscura es la habitación en que dormimos es uno de los últimos trabajos del reconocido (más fuera que dentro) artista barcelonés. En esta habitación de nuestro recuerdo se plantea la oscuridad que cubre no sólo la memoria de unos restos humanos reales, con un pasado obvio aunque no documentado, sino también la de una sociedad observadora que tiene capacidad para ver, pero que no puede visibilizar el pasado porque perdió el tren en su momento, porque ahora le cuesta un esfuerzo político y emocional reconstruirlo y porque carece de la valentía suficiente para afrontarlo.
Según Francesc Torres, vivimos una amnesia histórica tan oscura como la de una tumba. Muy poca gente tiene interés en saber más, en un país cuya historia parece que hubiera empezado en el momento de la Transición, en los años 1970-1980. Un bloqueo impide afrontar emocionalmente el tiempo anterior al franquismo y a la posguerra, aunque al final todos seamos consecuencia inevitable de ese pasado. Este tema viene como anillo al dedo a la obra de un artista casi desconocido en nuestro país (el suyo): una obra que se compromete en los problemas de la memoria y del presente, en los episodios críticos de la historia y en las tensiones del paso del tiempo y la fragilidad del recuerdo. El recuerdo es muy difícil, y la memoria muy frágil, tanto cuando se paraliza con el bloqueo de tabués políticos, psicológicos o emocionales, como cuando se impone el olvido con la urgencia de la velocidad y de lo novedoso. Huelga decir cuán importante es aquí el compromiso, y no subordinado precisamente a la estética, sino ayudado más bien por las cualidades críticas y terapéuticas de ésta para el respiro de la sociedad: aquí el arte puede proporcionar el suspiro de la restitución, y no más anestesia.
Oscura es la habitación en que dormimos es uno de los últimos trabajos del reconocido (más fuera que dentro) artista barcelonés. En esta habitación de nuestro recuerdo se plantea la oscuridad que cubre no sólo la memoria de unos restos humanos reales, con un pasado obvio aunque no documentado, sino también la de una sociedad observadora que tiene capacidad para ver, pero que no puede visibilizar el pasado porque perdió el tren en su momento, porque ahora le cuesta un esfuerzo político y emocional reconstruirlo y porque carece de la valentía suficiente para afrontarlo.
Pero una sociedad demasiado urgida a no mirar hacia atrás debería ver todavía con más necesidad el replanteamiento de su presente, si quiere conseguir conectar su pasado con su futuro. Es necesario indagar en las relaciones de la sociedad con el pasado violento, si queremos superar los puntos negros de nuestra historia. Por tanto, son las relaciones entre historia, memoria y poder las que están aquí en juego, y la actividad artística sirve en este caso de bálsamo para que el tiempo oxigene esas relaciones, para ayudar a crear un pasillo que permita pasar de atrás hacia delante y viceversa, de una manera natural, y cada vez para más personas.
Es importante constatar que el trabajo serviría de bien poco si sólo se hiciera el traslado de una fosa común a una lápida olvidada: desde la indocumentación, y directamente hasta el archivo. El trabajo conceptual de documentación es aquí clave como proceso público, abriendo el vínculo con los familiares, el registro del duelo, la verbalización de los afectados y con ellos, la actualización al presente de un hecho. El artista es el mediador, su misión trasciende aquí el hecho, no se limita a constatarlo o documentarlo históricamente: le da una resonancia política y social que lo abre a su evolución crítica y a su permanencia evolutiva: lo devuelve a la vida como depósito abierto de memoria. No sólo aclara el pasado, sino también el presente. En pocos casos el arte conceptual está tan justificado como en éste.
La documentación de la fosa común de Villamayor de los Montes (Burgos) desempolva un hecho de la violenta historia de la Guerra Civil española, una memoria que durante largos años ha permanecido enterrada -metafórica y realmente-. Éste fue sólo uno de los innumerables crímenes de la guerra y la posguerra, sucedidos en noches de 1936-1939 y prolongados como un goteo hasta casi 1950. En este caso, en septiembre de 1936, cuarenta y seis civiles que apoyaban al gobierno republicano fueron asesinados y enterrados en una fosa común sin nombre. Todos ellos vivían en un pueblo controlado rápidamente por los sublevados, quienes los detuvieron días después del alzamiento: una noche fueron conducidos al monte y allí recibieron los disparos. Sus cuerpos se hallaban alineados en dos grupos, y los casquillos mezclados con chapas de cerveza. Es posible que alguien viera la hilera de los presos entre fusiles, u oyera sus gritos de madrugada, pero también es muy posible que su voz quedara enmudecida durante décadas.
La documentación de la fosa común de Villamayor de los Montes (Burgos) desempolva un hecho de la violenta historia de la Guerra Civil española, una memoria que durante largos años ha permanecido enterrada -metafórica y realmente-. Éste fue sólo uno de los innumerables crímenes de la guerra y la posguerra, sucedidos en noches de 1936-1939 y prolongados como un goteo hasta casi 1950. En este caso, en septiembre de 1936, cuarenta y seis civiles que apoyaban al gobierno republicano fueron asesinados y enterrados en una fosa común sin nombre. Todos ellos vivían en un pueblo controlado rápidamente por los sublevados, quienes los detuvieron días después del alzamiento: una noche fueron conducidos al monte y allí recibieron los disparos. Sus cuerpos se hallaban alineados en dos grupos, y los casquillos mezclados con chapas de cerveza. Es posible que alguien viera la hilera de los presos entre fusiles, u oyera sus gritos de madrugada, pero también es muy posible que su voz quedara enmudecida durante décadas.
En 2004, Francesc Torres fotografió y documentó los complejos trabajos de recuperación y desenterramiento de los restos, practicado por el equipo de arqueólogos, forenses y examinadores médicos de las universidades Autónoma de Madrid y del País Vasco, ayudados por voluntarios de España, Portugal, Reino Unido y Países Bajos. El artista, cámara en mano, documentó toda la excavación. Durante quince días, mientras los investigadores trabajaban, él tomaba fotografías. Registró la aparición de los sedimentos, la espera de los familiares, la recuperación de los efectos personales, la extracción de los cadáveres, el proceso de identificación y su postrera inhumación. No sólo documentó el doloroso proceso de desenterramiento e identificación de las víctimas, sino también las reacciones de la comunidad. Los familiares prestaron su ayuda, sus recuerdos de lo sucedido y su deseo frustrado durante décadas. La intervención concluyó con el entierro, en 2006, de los 46 cuerpos.
Una vez preparado el material para la instalación, se presentaron en el ICP (International Center of Photography de Nueva York) veintinueve fotografías de Francesc Torres, y un único objeto: un reloj de bolsillo que apareció enterrado con su dueño. Según comenta el artista, fue muy duro emocionalmente asistir a la exhumación, seguir la aparición de los objetos, las ropas y por fin, los restos humanos.
[1] "DARK IS THE ROOM WHERE WE SLEEP". ("OSCURA ES LA HABITACIÓN DONDE DORMIMOS"). ICP (International Center of Photography), Nueva York. (26/11/2007-6/1/2008). Proyecto de Francesc Torres comisariado por Kristen Lubben. Patrocinadores: Entitat Autónoma de Difusió Cultural de Barcelona, Institut Ramón Llull, American Center Foundation y Fulbright Postdoctoral Research Fellowship.
Jornada de reflexión "FOSCA ÉS L’HABITACIÓ ON DORMIM". Capella gòtica de Santa Àgata, Conjunt monumental de la plaça del Rei. KRTU (Cultura, Recerca, Tecnologia, Universals), Departament de Cultura i Mitjans de Comunicació, Memòria Democràtica de la Generalitat, y Museu d’Història de la Ciutat.
Francesc Torres, Fosca és l'habitació on dormim, Actar, 2007. Catálogo de la exposición “Oscura es la habitación donde dormimos”, con más de un centenar de imágenes acompañadas de textos explicativos del proceso.
Presentación actual de la obra dentro de una exposición antológica: "Da capo". MACBA (6/06–28/11/2008) Barcelona. Comisario: Bartomeu Marí.
Próximas presentaciones de la obra: Artium. Centro Museo Vasco de Arte Contemporáneo. Vitoria. Fecha de inauguración: 16/10/2008. En Vitoria se mostrará acompañada de la obra “Memorial”, una instalación depositada en la Colección ARTIUM por el autor y que no se ha expuesto hasta la fecha.
Presentación actual de la obra dentro de una exposición antológica: "Da capo". MACBA (6/06–28/11/2008) Barcelona. Comisario: Bartomeu Marí.
Próximas presentaciones de la obra: Artium. Centro Museo Vasco de Arte Contemporáneo. Vitoria. Fecha de inauguración: 16/10/2008. En Vitoria se mostrará acompañada de la obra “Memorial”, una instalación depositada en la Colección ARTIUM por el autor y que no se ha expuesto hasta la fecha.
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