Etcéteras. Alfons Freire, Galería Sargadelos, enero-marzo, 2012
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El azar y la necesidad |
Dicen que la filosofía está socialmente muerta desde hace algunas décadas. Y puede que sea así, a excepción de algunas erupciones esporádicas que consiguen sacar durante unos meses la cabeza, para quedar colapsadas en un segundo y último extremo en forma de extravagancia, reducidas a la incomprensión de lo poco riguroso, o acusadas por los expertos más prácticos e integrados de ser el remake de una nostálgica y disfrazada superioridad, o condenadas por muchos otros a una indiferencia hacia aquellos que molestan con pensamientos complicados, anticuados y faltos de la practicidad y de la rapidez que «se necesitan» en nuestros tiempos digitales descompuestos. La actualidad parece haber engullido el ritmo sosegado y atento a los oídos del pensamiento y de la cultura, y no sólo de los clásicos, que sin duda sólo podrían leerse a la luz de nuestro presente, sino de esos muchos otros pensadores contemporáneos que intentan explicar con grandes dificultades teóricas nuestro presente, actualizando nuestro pasado y enfrentándose con el presente y con el porvenir. (Tal vez ahí todos nos tragamos la coartada de «una» postmodernidad distorsionada, superficial y oportunista, aquella que cargaba contra toda la historia del pensamiento por no saber distinguir en ella la china que tenía clavada en su zapato, y que en el mismo viaje ofrecía ventajas a la actualidad para cargarse todo cuanto le molestara, incluido aquello que podía rescatarse del mismísimo presente, aquello que parecía interesado en el desarrollo y en el porvenir de la sociedad. Hoy ya sabemos que los postmodernos críticos con la postmodernidad caducan todavía más, incluso antes de poder presentar sus propuestas.) El resultado es evidente: grandes conjuntos de ideas ocupadas con interés en nuestro tiempo son sustituidos por su incomodidad, archivados en el apartado de «Obsoletos».
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Noites en branco coma sabas |
Del mismo modo, del arte se dicen muchas cosas: que está muerto (los puristas), que es nuestro (los diseñadores, los publicistas, los productores audiovisuales y los cantantes, hasta los deportistas y los políticos), y también (según los más sensatos, dedicados, tenaces y obstinados artistas) que vive por su acción, por su actividad o por su apuesta por la invisibilidad militante, en un terreno que intenta escaparse del juego espectacular de nuestra época. Sin embargo, en su preeminencia representativa o en su hermética ambigüedad escondida, resiste con dificultades ese mismo juego de la actualidad que padece la filosofía. Aunque, en cierto modo, el arte sea tolerado por nuestra actualidad en sus diferentes formas por su capacidad de juego, consuelo y esperanza, y porque se convierte fácilmente en un útil objeto que «de mano en mano va». No obstante, no, no piense el lector que mi objetivo subterráneo es desvalorar al arte e introducir el pensamiento y la filosofía en él, como se ha hecho tantas veces: en ese caso, el remedio sería peor que la enfermedad, tanto para la filosofía como para el arte. Sólo creo que el arte y la filosofía (y el pensamiento) tienen un problema en común. Y no creo que ni el arte ni la filosofía estén muertos.
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Revisando os danos |
En estas tribulaciones me encuentro cuando me topo con una obra pictórica que me introduce de golpe en la fisura entre estos dos macizos de la miseria del raciocinio contemporáneo. La primera impresión de Etcéteras, título de esta muestra, me conduce desde su título a un punto de atracción: lo repetido, la serie que se extiende ya sea en una obra, en los escenarios de las telas, en los personajes que aparecen entretejidos entre sus cajas, en sus frutas, sus pescados, sus juguetes, sus caramelos masticables, sus chicles y sus objetos revueltos, emergiendo a medias en torno a una marejada de complejidad, similar tal vez a la del mundo que se nos impone hoy. Sus repetidos personajes, a veces incluso doblados o triplicados, otras casi sincopados, parecen esmerarse en el esfuerzo de salir a flote, de navegar, de flotar sobre la superficie de un mar lleno de objetos más parecido al resultante de un naufragio reciente que al más limpio de un océano en calma o incluso al de unas aguas agitadas geométrica y tendencialmente por las tormentas.
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Detente a miña beira |
Sin embargo, estos elementos seriales no han quedado a la deriva, suspendidos en la consecuencia de una foto fija, sino que continúan flotando en un mar que los conduce de modo continuo sin agarraderas ni sujeciones, en volandas, aportando una cómoda inercia totalmente acorde con los tiempos en que vivimos, una cómoda superficialidad. Algo que el artista se encarga de bañar de sonrisas entre angelicales y afiladas, entre perdidas y boquiabiertas, cruzadas por gestos corporales ocupados en tareas que parecen muy bien los «trabajos de los días», pero que terminan por ser los «juegos de un presente que queda pendiente de resolver», en un inevitable desorden a partir del cual se debe irremisiblemente partir en una deriva honorable. Y sin dejar de sonreír o de mostrar una segura placidez.
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Nicolas traduce a Bourriaud |
Pero debemos volver a la filosofía. No son tantos los nombres propios que han aparecido en el interior de una tela, al menos fuera de retratos que los caracterizaran o ejemplificaran como tipos de una época o como modelos de un relato más o menos universal. Y son todavía menos los filósofos o los literatos que han ocupado el lienzo, el busto o el espacio de una obra de arte. Pero sobre todo son casi únicos los que salen ocupados en tareas que remitan a su pensamiento propio o al diálogo con otros pensamientos. Y no existían, y ahí me surge la pregunta, los que descienden al nivel de lo cotidiano o a la palestra de las tareas más corpóreas y diarias para ocuparse de un presente de la vida que se nos escapa, prácticamente en mangas de camisa, enzarzados en juegos muy primarios que parecen remitir, con toscas herramientas y toscos gestos, a la ocupación de un tiempo que parece estar dormido. No sé si es casualidad, o no, que algunos de los nombres propios que se han metido en los cuadros de Etcéteras sean filósofos cercanos en su trabajo y su pensamiento a la sociedad más de a pie, al juego de la comunicación y de la vida más a ras de calle. Pueden ser imaginaciones mías, de cualquiera que vea los lienzos o incluso del propio artista en un ánimo (que casi seguro negaría) de trazar una línea hipotética de fuga entre la representación y el mundo de la actualidad que inevitablemente se nos impone, un pasillo que atraiga en un pliegue, al interior del cuadro, la superficialidad de lo que nos rodea.
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El último sugus (Zizek 01) |
No sé cómo han entrado en sus cuadros esos nombres propios, aunque su serialidad y sus caras me suenan y no puedo dejar de reconocerlos en la actualidad que afuera engulle a sus dobles de carne y hueso, en el meollo de la discusión banal de nuestro tiempo. Pero eso me hace pensar ahora que tampoco sé cómo hacer salir a los personajes comunes que también comparten exposición con todos los nombres propios: no es menos difícil saber cómo encontrar nombres propios (de a pie) que no sean engullidos por cualquiera de las actualidades que se nos escapan. La tarea (en común, no común) consiste en descifrar este enigma: seguir la repetición y la deriva para responder al interrogante de la vida cotidiana y a la singularidad de los nombres propios.
A lo largo de las próximas semanas puede visitarse en la galería Sargadelos de Barcelona una exposición individual de Alfons Freire, artista del que hemos hablado ya en alguna ocasión en este blog («Alfons Freire. Los embalajes gastados») y amigo de la filosofía y de las imágenes.
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Chandelle 01 |
Galería Sargadelos
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