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Ocuparse de las plazas: cuidar la semilla que atesora el silencio. (Mayo, 2011)




Creo que muchos estamos sorprendidos y contentos ante la visión de algo que parece estar cambiando. Un cambio de carácter ideológico, y no sólo político; o, mejor dicho, un cambio que pone de manifiesto que lo ideológico no siempre está al servicio de lo político, al menos de la política convencional, y que en algunos momentos el pensamiento puede adelantar a lo político por la izquierda. Estos días hemos visto circular un torrente de imágenes en las redes, en los propios medios de comunicación (a pesar de su filtro), en las calles, y, sobre todo, en el interior de las plazas. La imágenes, si las leemos, son un espejo de lo que sucede en el centro de esta novedad: el suyo no es un movimiento de lucha generacional, sólo de jóvenes, contra un sistema gobernado por sus mayores (pues ahora sus mayores están tan afuera del sistema como ellos), la ternura, la coherencia y la pureza de esta juventud está escribiendo un capítulo en la historia del mundo contemporáneo, el de todos; pero tampoco es un movimiento de seres politizados, pulidos en la escuela de las luchas obreras, sindicales, contraculturales o sociales, aunque de hecho esté imbuido de su pasado, de su imaginario, de sus ideales y de la necesaria experiencia de los más viejos en esta movilización, perplejos ante la naturalidad de gestos de estos espontáneos «indignados», grupo que no tiene comportamiento de manada, que la rechaza, sino de agrupamiento de seres singulares, solidarios, en un intento de realizar aquella democracia que tantas veces, durante décadas, les han vendido los publicitarios de nuestro sistema, y que tantas veces les han prohibido cuando no funcionaba según las reglas de «su» juego.



Este es un movimiento que busca solidaridades, puntos de encuentro común, y que encuentra transversalmente un rastro imposible pero necesario de oxígeno común para todos los sectores sociales, todas las edades y todos los grupos diferenciados del mundo complejo que vivimos. De hecho, las madres se han solidarizado con sus hijos, los hijos se han sentado a escuchar las experiencias de los viejos que todavía guardan memoria de los engaños que lastran el pasado de este país, y en las plazas han compartido espacio los trajes y las rastas, los fotógrafos y los ecologistas, los micrófonos y las manos, la acción y la organización, el estudiante y el vecino. Mayo recorre un cambio ideológico, y no sólo político, y tal vez una consigna resuma esta quincena: «No somos antisistema, el sistema es antinosotros».



Ya desde hace unos cuantos días vengo pensando cómo sumar mi voz a un acontecimiento que, sin dudarlo, está comenzando a crecer como un ser vivo, con una voz personal que resulta posible, no obstante, por el esfuerzo realizado durante muchos años en el interior de toda una multitud silenciosa y excluida. Muchas personas, muchos proyectos, y un espacio de potencia dentro de esa infinita masa de capas silenciosas que perciben, sienten la indignación y anhelan encontrar el hueco por el que superar las barreras que nos limitan y a la vez nos separan. Del mismo modo que a muchos, es la primera vez en muchos años que me siento presente e identificado en un movimiento, representado por mí mismo, es decir, lejos de la exclusión y de la autoexclusión, pero también lejos de la cobertura y la defensa de alguna sigla o de algún líder, lejos de ser impulsado por un torrente de personas que siguen a sus representantes hasta el final del recorrido, ceñidas, acorazadas, escoltadas, y por consiguiente desvalidas, ante la delgada e imprescindible representación, la única e insustituible voz de la que deben depender porque es la única voz autorizada para hablar con las santas autoridades, aquellas que parecen haber sido siempre las primeras en llegar justo al punto del que siempre estamos excluidos. Desde luego, no quiero quitarle ningún merito a todas aquellas grandes personas que lucharon en el pasado, fundamentalmente porque seguro que consideraron imprescindible hacerlo de ese modo, antes de que la burocracia parlamentaria contemporánea vaciara de contenido toda lucha, y la convirtiera sólo en un test para cambiar su retórica plana y orientarla en el sentido de sus inercias mecánicas. Pero estos días hay algo que cualitativamente supera anteriores movilizaciones, seguro que para bien, y que permite tomar la palabra en la forma más cercana posible: la horizontalidad de la asamblea.



Me alegro de que el plato fuerte que se guisa a fuego lento en este momento en las plazas sea el de la representación. La pregunta es ésta: «¿Por qué seguir la exigencia representativa de unos pocos y delgados portavoces, si los representados son más bien una inmensa multitud de singulares? ¿Es que no hay suficientes vestidos para vestir a la sociedad entera y dejar que ella hable con voz propia y dirija sus propuestas a tan dignas y asentadas majestades, sin la ayuda de estos mediadores anodinos?». Por todo lo que se está viendo en estos nuevos agrupamientos, parece que en este desplazarse (hacia las plazas) de los antiguos recorridos canalizados por las antiguas manifestaciones y por los antiguos mítines de fin de itinerario, por la catarsis electoral de cada varios años, parece que en las sobrevenidas acampadas que incluyen en su seno círculos concéntricos de diálogo, momentos de intercambio, pausas e interpelaciones, silencio en los gestos de las manos, el ánimo cobra un respiro que se expande en la horizontalidad, de manera que uno ya no debe sentir que está gritando soflamas, gritos o lamentos dirigidos al cielo, a un interlocutor sordo o cínico, imposible o inaferrable, sino que puede bajar un poco el tono de voz y hablar más tranquilamente con sus compañeros de recodo en el ágora, aunque no los conozca de nada y haya coincidido con ellos gracias al choque azaroso de la casualidad, una casualidad, por otra parte, que me temo no es nada casual. Más bien es digna del pedazo de espacio que ha cobrado forma de ser vivo y de una manera especialmente natural y familiar. Digna de un espacio en el que ponerse a trabajar, sentados, por la representatividad que nos une: la de nuestra diferencia común.



Y ese es, creo, el espíritu de las plazas: el paso del extrañamiento que se experimenta cuando atraviesas una plaza vacía, como puesta para el uso y disfrute del ocio permitido, o regalado, de unos benevolentes gobernantes y urbanistas, una plaza que parece decirnos «Venga, que os hemos puesto una plaza, un monumento a la gloria y un espacio para el recreo», en la cual a veces hay mucha gente, formada y uniformada para una sosa ocasión ceremonial, con un pretexto señalado, totalmente trasplantada para la ocasión…, una plaza que de otro modo está simplemente vacía… Ese extrañamiento se diluye como una nube cuando pasas al interior de esa plaza y entras en otra plaza cubierta de cuerpos recién llegados que se mueven en un movimiento browniano, azaroso, como pululando, como esperando contactar con su alter ego más cercano, potencialmente cargados a la espera de su continuación, en un espacio en el que se cuece algo por descubrir, como quien entra en un universo nuevo que necesariamente debe explorar para tomar cuerpo en él y sentir como suyo el espacio, en el que a la espera de la correspondencia de los otros le corresponde, como un reflejo, todo el pasado dormido que rebrota en nosotros como un géiser. Resulta extraordinariamente familiar el reconocimiento en los otros de un pasado dormido que se enlaza con las voces de unas personas que nos hemos cruzado en el presente, personas que curiosamente piensan cosas que ya habíamos pensado nosotros. Son casualidades bienvenidas que hacen real lo posible, lo dormido, lo silenciado, y sobre todo nos permiten encontrar un reflejo gracias al cual podemos identificarnos.



Es el reencuentro de lo inesperado, el contacto de la diferencia que nos une, nuestro imposible común. Y pone de manifiesto las barreras que limitan a diario la conexión entre nuestras individualidades inducidas, y qué clase de corrientes se producen cuando retomamos el más viejo espacio del ser humano, el claro del bosque, la plaza, el recodo del camino, y sorteamos esas barreras y apelamos en ese espacio desde la singularidad que nos caracteriza, y lo hacemos íntima y solidariamente para establecer unos lazos que, a pesar de ser inaugurales, sólo se pueden romper con la violencia del totalitarismo o de la demagogia, y que de hecho no se pueden romper, porque su tejido es el tejido del silencio y de la empatía, el tejido de cierta fuerza invisible que algunas personas mencionan . Lo que queda súbitamente libre es el eco, la continuidad de las voces en un espacio de propuestas que suenan entre ellas como cuerpos renacidos, recuperados, enriquecidos, que vibran a medida que recorres los pasillos que dejan sus concentraciones moleculares. Un eco cubierto tenuemente por lonas improvisadas que protegen las agrupaciones, unos techos que consolidan los lazos, bajo los cuales se producen los intercambios ya comenzados. Techos velas que, de otro modo, orientan los nuevos itinerarios. Y bajo esos techos han ido creciendo durante estos días comisiones, y de las comisiones, cocinas, almacenes, bibliotecas, enfermerías, guarderías y toda una ciudad, un micromundo renacido como modelo de lo que queremos construir, transformando lo que ya tenemos y nos ha decepcionado.


Sorprende que no acabe, que hayamos respirado unos minutos y no sea un sueño, y que una vez incorporado ese juego de vibraciones, y a medida que la densidad del ambiente se hace más clara y diáfana, que el ruido de los oídos se acostumbra a ese nuevo contacto, comience a dibujarse todo un marco de imágenes recortadas. Pero hay que seguir respirando, coger práctica. Sorprende que la realidad sea más duradera e intensa que los sueños. Y entusiasma que siga el descubrimiento del fluir de los secretos: que aparezcan de repente ante los ojos, colgados de los hilos de los árboles, pegados en tablones, depositados en paredes improvisadas… y que las superficies comiencen a hablar por sí solas, y que el espacio comience a cobrar relieve. La escena parece onírica, pero en realidad, con sólo pensarlo un poco, todo es tan sencillo como que las notas las han dejado allí otros seres, es decir, que no has despertado de un sueño y has caído en la pesadilla del resumen de un medio de comunicación, de la voz de un representante político que te explica mejor que tú mismo lo que pasa por tu cerebro. Sino que te despiertas y descubres que las ideas siguen pareciéndose a ti, y que el flujo de secretos continúa y que tú mismo puedes depositar en los árboles y en las superficies los secretos que te pertenecen. Y comienzas a descubrir que la plaza tiene un mapa, que ha comenzado el intercambio organizado de ideas, y que la plaza cada segundo se hace más densa.


Es de agradecer el trabajo que las organizaciones sociales son capaces de llevar a cabo, la fuerza de su juventud, la impagable inversión en conocimiento y experiencia que realizan a lo largo de los años. Y esa es la muestra que se les puede ofrecer a todos aquellos que se muestran desconsiderados y despreciativos con su trabajo silencioso. Y también a unos medios de comunicación que cargan de estereotipos a todo aquel que no responde a su normalización. «Lo imposible tarda un poco más», dice una consigna de estos días, es necesario saber esperar. Eso equivale a no cambiar por cambiar, algo que, por el contrario, le es ajeno tanto a la mentalidad de los capitalistas como al coro de resignados que esperan obtener un puesto vitalicio a costa de los demás, o incluso a aquellos que desearían una licencia de contestatario representativo, o de portavoz privilegiado de los cambios. (Este último ha sido uno de los detonantes de este movimiento, porque supone la conciencia de toda una época de traiciones a la sociedad por parte de muchos de sus intelectuales, sus representantes y de sus políticos.) Digo que es maravilloso el trabajo de esta nueva generación, y fundamental. La ocupación creativa de las plazas muestra que las organizaciones y los movimientos sociales no sólo son capaces de indignarse, de poner de relieve las evidencias de maldad, cinismo, irresponsabilidad, inutilidad intelectual y cobardía de toda la clase política, comunicativa, industrial y económica de nuestro sistema, sino que muestran la capacidad de descubrir el hueco por el que pueden recuperarse nuestras conexiones perdidas, reconstruir los tejidos dormidos, que fueron extirpados y calcinados por la inconsciencia, mostrar un ligero norte lejano y ajeno a las engañosas ideologías del futuro, un ahora real, técnicamente posible para mantener las brasas del espacio humano calientes, para cuidar del campamento y apostar por un crecimiento en un sentido colectivo, común.




De repente, toda la semiótica de las consignas, y su transformación, mutación y diseminación, se ha enlazado y cristalizado en un tejido social, y no sólo flota y prolifera como una tormenta, como un torrente desquiciado y a la deriva, como una fuerza bruta fácilmente manipulable y objeto de coartada por parte de los provocadores, ni siquiera como el anuncio de un despertar primaveral en un escenario florido, en otro mundo que no es el nuestro y que, por tanto, es imposible de materializar. Este tejido social descubre que el sol brilla más, si se le deja brillar, y que pueden abrirse huecos para hacer que se vea desde lo lejos, no sólo desde las plazas del centro, sino desde el resto de las plazas. Esa es posiblemente la tarea de nuestro presente, en la que estoy seguro que el silencio de la singularidad seguirá progresando, al margen de que mañana, en una semana o cuando sea, las plazas dejen de estar acampadas. Las plazas tienen ahora algo nuevo, nosotros tenemos ahora algo nuevo: se han trazado unos nuevos vínculos con el espacio, una solidaridad callada que nos une: un imposible común que va a encontrar eco en todas las plazas con ritmo, con el suyo.



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Lecturas

Agustín García Calvo, "Asamblea de la Puerta del Sol - Habla Agustín García Calvo – Madrid, 19 de mayo de 2011". Vudutv.
Montserrat Galcerán, "No sólo es indignación. Inventando nuevas formas de hacer política". Madrilonia.
Giorgio Agamben, La comunidad que viene, Valencia, Pretextos, 2006. 
Maurice Blanchot, La comunidad inconfesable, Arena, 2002. 
    Véase también el siguiente vínculo:  La comunitat inconfessable.
Leónidas Martin, "#spanish revolution. El retorno de la fuerza sin nombre", Enmedio.
Guillemo Kaejane, "Nuevo soplo en el viento. El movimiento 15 M y el jazz". Madrilonia
Tomás Caballero, "Poètica de les noves arts", Quadern de les arts.



Todas las fotografías utilizadas en este artículo son fragmentos de imágenes recogidas en Internet sobre los acontecimientos de Mayo. Dada la inmensidad de documentos repartidos, quiero agradecer en especial el gran trabajo de recopilación que han hecho los siguientes links:


Comentarios

  1. Lo comparto al ciento por ciento, Tomás. He estado en la plaza, he vuelto a la plaza y me ha admirado la templanza de esos jóvenes (y no tan jóvenes) que me han llenado de eso que llaman "energía positiva". Han hecho que cambien algunos de mis puntos de vista sobre estas nuevas generaciones de ciudadanos, y que contemple cada vez con más desprecio la actuación de los políticos profesionales. Quizá el brote verde que esperaba ver Zapatero se haya convertido, a fuerza de fracasos gubernativos, en un magnífico brote de convivencia. 'Ojalá que no se estropee!
    Gracias por estas palabras tuyas y un abrazo.

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  2. Quizás podamos ahora entender mejor la raíz última del pensamiento de Jacques Ranciére. Su comprensión de la política como el momento de la emergencia de un singular que abre un campo hasta ese momento cerrado a una nueva voz. Nuevas palabras que actúan en el ámbito de lo sensible y que desvelan un nuevo reparto de lo que se ve, se oye, se siente, se dice, se habla...
    Un abrazo, Alfons

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  3. Muy buena reflexión, Tomás; de ese nuevo espacio público que tan bien describes me quedo con una de sus cualidades: las relaciones intergeneracionales y el punto de encuentro entre varios espectos de la sociedad.

    Un abrazo y mucho sol

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  4. Gracias, Albert, Alfons i Rai por vuestros comentarios, mucho imposible común para todos.

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